Recomendación de libro: Educación y políticas para lo común

Recomendamos este libro en el que los autores con experiencia en políticas públicas en educación y cultura, ofrecen reflexiones fundamentales. Destacamos la participación de Marisa Díaz, socia de De la mano, en uno de sus artículos.

Les compartimos el video de la presentación del libro “Educación y políticas para lo común”, el 29 de abril de 2024 en la Feria del Libro de Buenos Aires. 


Leer el prólogo

PRÓLOGO

Escribo este prólogo con el diario del lunes. Las políticas para lo común perdieron finalmente la batalla (la electoral y, quizás también, la cultural) y retroceden aceleradamente frente al avance de un individualismo radical, que coloca el interés privado por encima del interés público y los beneficios particulares de unos pocos, por sobre el bienestar colectivo. En este marco, lo que parecía impostergable mientras se escribían los textos que componen este libro, hoy puede parecer extemporáneo, impropio de estos tiempos, casi inoportuno.

Sin embargo, este tiempo está hecho también de la postergación de esos interrogantes sobre las políticas para lo común a los que alude el título de este libro y, no podemos dejar de pensar, que el triunfo del anti estatalismo rabioso que hoy gobierna la Argentina, ha sido en parte alimentado por lo que no se supo, no se pudo o no se quiso decir, sobre los aspectos fallidos de un Estado y de unas políticas que habían hecho de lo común y del derecho, su retórica. Apurando la pluma para resituar sus reflexiones en la coyuntura post 19 de noviembre, María Pía López lo dice así: “¿no es la omisión de esa reflexión crítica sobre obstáculos y potencias, lo que debilita no sólo la acción estatal sino también la confianza ciudadana en esa acción?”. Esa pregunta de última hora, que sobrevolaba ya todos los escritos que componen este libro, adquiere “en este nuevo escenario –como dice Marisa Díaz- el énfasis de un “intento irrenunciable”. El “diario del lunes” refuerza la necesidad y la urgencia de pensar la experiencia estatal, para entender el presente, pero también y sobre todo, para imaginar otros futuros posibles y otros modos de hacer Estado.

Quienes escriben aquí, han ocupado cargos de responsabilidad en la conducción de políticas públicas en el campo de la educación y la cultura en distintos momentos y en distintas áreas e instituciones, y se proponen reflexionar críticamente sobre los laberintos en los que muchas veces se pierden las políticas públicas que tienen como horizonte el bien común, en busca de, como dice María Rosa Almandoz, “hacer inteligible la acción política desde el Estado”. Aunque algunos artículos abordan de manera más directa la implementación de ciertas políticas (de educación técnica, de construcción federal de las decisiones educativas, de formación docente, de cultura, universitarias), y otros se centran en elaboraciones más teóricas, producidas al calor de la gestión pública, lo que proponen aquí sus autores y autoras, no es, en ningún caso, un análisis sobre su experiencia en el Estado, ni tampoco de los alcances y límites de las políticas que pueden haber llevado adelante. La invitación de Natalia Stoppani y Alan Baichman fue reflexionar críticamente desde la experiencia en el Estado. “Nuestro foco de atención –dicen en el capítulo de apertura- no radica en eso que pasó, sino en lo que nos habilita a decir el haber pasado por allí”.

El resultado es –y no podía ser de otro modo- un conjunto de textos muy heterogéneos, que encuentra su unidad en unos puntos de partida comunes, que aún a riesgo de simplificar, sintetizaría así: 1) lo propio de las políticas educativas y culturales es –debe ser- contribuir a construir un mundo común, en el que cada quien encuentre su lugar para realizar su proyecto de vida; 2) el Estado es el lugar de despliegue y garante de esas políticas para lo común; 3) esas políticas de Estado encuentran una y otra vez límites para “gestionar lo común y distribuir los bienes comunes de forma más justa” (Stoppani y Baichman).

Sobre esos límites se trata este libro. La heterogeneidad de sus perspectivas, escalas y enfoques expresa la diversidad que es propia de la experiencia individual y colectiva desde la cual han sido escritos sus textos, pero también -y esta es su principal riqueza- captura la diversidad, la conflictividad y las contradicciones que atraviesan las distintas formas de estar en el Estado (o más bien, de pasar por el Estado) y hacer política pública, aún bajo los mismos gobiernos.

Esto coloca a este libro –y este es otro de sus aportes fundamentales- a distancia de la perspectiva esencialista que viene adoptando la discusión pública sobre el Estado, especialmente en el marco de la última campaña electoral. Una discusión en la que, para decirlo esquemáticamente, encontramos, de un lado, una crítica doctrinaria y totalizante (hoy convertida en “política de Estado”), que directamente impugna la existencia de un aparato estatal con capacidad de arbitrar sobre los asuntos comunes y propone la desregulación de toda transacción (social, monetaria, cultural, educativa, judicial, no importa), en nombre de la libertad de los individuos para resolver sus asuntos entre particulares y/o a través de un mercado que se sueña libre de toda regulación. Del otro lado, una defensa del Estado, igualmente esencialista, que pone de relieve, genéricamente, la responsabilidad del Estado y las políticas públicas, en relación con la garantía de derechos, la promoción de la igualdad, la mejora de la calidad de vida, el sostenimiento de lo común, u otros principios bien pensantes por el estilo, que enmudecen frente a infinitos ejemplos que, sin necesidad de argumentar nada, muestran derechos no garantizados, desigualdades brutales, el deterioro de la calidad de vida de las mayorías, etc., etc. De algún modo, la abstracción de los principios que defendemos sucumbe frente a la tangibilidad de cada caso concreto y la falta de universalización de los derechos coloca, a quienes sí los ejercen, peligrosamente cerca del lugar del privilegio (mientras escribo estas pocas páginas escucho al vocero presidencial decir que no entiende qué derechos laborales se quieren defender, en un país con un 45% de trabajo informal). Desde ya, la defensa esencializada del Estado también recurre a algunos ejemplos de eficacia histórica, claro, pero no logra traccionar esa eficacia a todas sus áreas. Como hemos visto en la última campaña electoral, para salir de la encerrona, a la defensa del Estado sólo le quedó el contrafáctico: sin Estado y sin políticas públicas sería peor. Y como hemos visto también, la mayoría en las urnas decidió tomar el riesgo.

Este libro pone en discusión el carácter a-histórico y monolítico que esas miradas esencialistas le asignan al Estado. Ni lo defiende, ni lo ataca genéricamente. En su lugar, interroga críticamente la experiencia estatal, se interroga sobre otros modos posibles de ocupar el Estado, de ampliar sus posibilidades, correr sus límites, remover sus obstáculos para desplegar y volver efectivas las políticas para lo común. Y también, cómo hacer para que políticas como las educativas, que requieren tiempo para producir efectos, “no mueran -en palabras de Carlos Grande- al cabo de una gestión o sean sólo tan duraderas como la voluntad de la persona que las impulsa”. Muy lejos de las afirmaciones taxativas, salvajemente doctrinarias, que escuchamos últimamente, encontramos aquí una reflexión que adopta, capítulo tras capítulo, la forma de unas preguntas. 

Entre todas ellas, hay una que insiste. Es la pregunta sobre la interrupción, sobre la dificultad para romper las inercias burocráticas, teóricas y políticas que, entre “malos entendidos” y “desentendimientos”, como dice Briscioli, condenan al más de lo mismo y obligan a conformarse con resultados siempre parciales, cuyos efectos sobre lo común nunca están a la altura de la retórica. Las variaciones sobre esa misma pregunta que recorren todo el libro pueden ser leídas en conjunto, como parte de un texto (y una preocupación) común, que me tomo el atrevimiento de componer acá: 

“¿…Cómo hacer para que el pasaje por un rol político estatal no sea sólo para administrar lo que existe sino para hacer lo impostergable, incluso lo que nos resulta difícil imaginar cómo posible?”; “¿Cómo insistir en la transformación desde el impulso de políticas públicas? ¿No estábamos condenados a girar una ruedita cual cobayos? ¿No aparecían a la primera de cambio, los conservadurismos postergados, los cajoneos y las zancadillas, para volver ineficaz lo pretendido?”; “¿Cuáles son los lugares de la invención política?”; “¿Cómo ser parte de una historia, de un proceso, intentando marcar una diferencia?”; Qué hacer con los impulsos antagónicos que atraviesan nuestras universidades, “que la tironean entre la complicidad con el espíritu disolvente y disgregador que tiende a dominar la lógica individualista y competitiva de la vida social en su conjunto y una apuesta por lo común…”; Cómo promover “una transición entre las viejas prácticas y las de nuevo tipo en medio de la cual aparecen tanto prácticas instituyentes como otras que, aun declarativamente disruptivas, van en un sentido de conservación”. ¿Por qué (…) es tan extremadamente difícil avanzar dejando de reproducir lo que se desea modificar? ¿Por qué lo intentado resulta de maneras reiteradas tan fácilmente reagrupado por las rutinas que desean conservar de cualquier modo lo que hay, aún al precio de incrementar la desigualdad? ¿Habrá sido en razón de lo que se dejó en zona de sombra como impensado?”.

Otra vez, con el diario del lunes, no puedo dejar de pensar que la postergación de esos interrogantes y lo que no se logró interrumpir, alimentó la escena de disolución de la vida en  común y de destrucción violenta de lo público a la que estamos asistiendo ahora. No sabemos cómo va a terminar. Por lo pronto, frente al triunfo de lo que Rinesi llama “impulsos dispersivos”, resulta definitivamente impostergable seguir interrogando las políticas para lo común. “Ante la fealdad de un mundo injusto, desigual, mortífero y opresivo –dice Gustavo Ruggiero- no podemos abandonar la pregunta por lo que se puede hacer hoy para que mañana se pueda hacer lo que no se hace hoy”. Para ello, nos recuerda Graciela Frigerio, “no somos pocos (no somos todxs)…”. Ojalá, que aún en estos tiempos hostiles, esos que somos (ni pocos, ni todos), seamos capaces de escribir el diario de otro lunes.

 

Gabriela Diker

Enero 2024

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